

Precisamente, a diferencia de la gran mayoría de los grandes shows internacionales -y ahora también locales-, el espectáculo prescindió de una pomposa escenografía, un gran despliegue lumínico, pirotecnia o cualquier otro artilugio, por lo que la atención solo se centró en el protagonista de la velada, su banda y el impacto de las canciones.
En ese contexto, el carisma y magnetismo del ex One Direction, el gran desempeño de los músicos en escena y las melodías que obligaban como mínimo a mecer el cuerpo, apenas condimentado con unas modestas luces y pantallas, conformaron un irresistible cocktail en el que el pop tradicional se vio revitalizado.
Acaso la postergación de esta visita desde el 2020 por la pandemia de coronavirus fue el caldo de cultivo para que una suerte de histeria colectiva se apoderara del ambiente ante la mínima expresión ensayada por el artista británico, pero también es cierto que la oferta artística justificó la “harrymanía” manifestada desde temprano y a lo largo de todo el show.
Como no hay mal que por bien no venga, estas circunstancias permitieron que el joven artista llegara a la Argentina con un aclamado nuevo disco, “Harry´s House”, lanzado en mayo de este año, y casi la mitad del repertorio se basó en él.
Consciente de lo que despierta en su público, Harry Styles no privó a quienes asistieron de un sinfín de mohines, pero no reposó en eso y regaló también un puñado de muy buenas canciones, brillantemente interpretadas.
Allí contó con la complicidad de una notable banda conformada por seis músicos, tan aclamados por la concurrencia como al mismo artista británico, entre los que destacaron el guitarrista Mitch Rowland, la baterista Sarah Jones, el percusionista Pauli Lovejoy y la tecladista y guitarrista Ny Oh.
Y ante la ausencia de todo artilugio escénico, el gran impacto visual estuvo centrado en el protagonista de la noche y en la misma banda, vestida de overall y con un aparentemente estudiado equilibrio entre presencias femeninas, el toque racial en la figura de Pauli Lovejoy y el pulso rockero en los yeites de Rowland.
Tal como había ocurrido en la fecha del sábado 3, desde muy temprano el público se hizo notar con cánticos y un contagioso espíritu celebratorio, que explotó cuando minutos antes del inicio del show sonó en los parlantes “Modern Love” de David Bowie y “Bohemian Rhapsody” de Queen, para mantenerse en forma sostenida en la poco más de hora y media que duró el concierto.
En medio de gritos ensordecedores, al punto que por momento casi hacía imposible escuchar su voz, Harry Styles puso en marcha el ritual con una primera seguidilla conformada por “Music For A Sushi Restaurant”, “Golden” y “Adore You”.
Objeto de adoración, el artista puso el cuerpo al servicio de ello y se mostró por todo el escenario y las pasarelas que lo prolongaba hacia los costados y hacia el centro del campo de juego, mientras desgranaba pop de alto vuelo.
“Mi nombre es Harry y es un placer estar aquí esta noche”, saludó al término de la tercera canción, luego de incentivar expresamente el “olé olé” del público y antes de prometer “un gran show” y “una noche inolvidable”. En el mismo tono, a lo largo del recital, gritó varias veces “viva Argentina”, hizo alusión al Mundial de fútbol, mencionó a Lionel Messi y endulzó los oídos de la audiencia con elogios.
En un tono que combinaba un reposado pop y baladas de tintes románticos, fueron desfilando “Daylight”, “Cinema”, “Keep Driving”, “Satellite” y “She”. El clima intimista lo puso “Matilda”, la cual interpretó desde la pasarela que llevaba al centro del campo acompañado por las chicas de la banda; y lo continuó “Lights Up”.
Pero a partir de allí, el concierto pareció despegar definitivamente al ingresar decididamente en su pasaje más bailable con “Canyon Moon” y “Treat People With Kindness”; para finalmente enloquecer de manera definitiva al público con su recuerdo a su etapa en One Direction a través de “What Makes You Beautiful”.
Para el tramo final quedaron las festejadas “Late Night Talking”, “Watermelon Sugar” y “Love of My Life”, aunque todavía había tiempo para los bises.
Antes que regresara para sus últimas canciones, el clima mundialista que atraviesa a la mayoría del país pareció traicionar el amor del público hacia el artista cuando desde las tribunas bajó el cántico “el que no salta es un inglés”. Un pequeño momento en el transcurso general de la velada, pero suficiente para dar cuenta de uno de los más ridículos sinsentidos.
El artista, que el sábado había sorprendido al irrumpir muy temprano en el escenario para participar de los festejos por el triunfo argentino ante Australia en el Mundial, no acusó recibo y regresó para los bises, con nuevas palabras elogiosas para con los fans locales.
“Fue el más maravilloso fin de semana”, dijo, y encaró la despedida con la épica “Sign of the Times”, el más reciente hit “As It Was” y “Kiwi”. “Los amo. Hasta la próxima, Buenos Aires”, se despidió, no sin antes prometer un pronto regreso.
(Télam)


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