Fernando Krapp: El libro plantea a la colectividad japonesa como parte de la identidad argentina

Fernando Krapp aborda en "Una isla artificial" la historia de japoneses que llegaron a la Argentina escapando de la guerra y habitaron el pais sin abandonar la nostalgia por una tierra muchas veces reconstruida, asi como la vida de sus hijos y

D-Interés16 de agosto de 2019 Agencia Télam
Fernando Krapp aborda en "Una isla artificial" la historia de japoneses que llegaron a la Argentina escapando de la guerra y habitaron el país sin abandonar la nostalgia por una tierra muchas veces reconstruida, así como la vida de sus hijos y nietos que se abrieron camino en un territorio no exento de adversidades y también de prosperidad.
A través de crónicas, Krapp cede la voz a integrantes de esa comunidad que se desempeñan como agricultores, paisajistas, cultivadores de té, tintoreros, a la joven reina de la comunidad japonesa en Misiones y en su intensa búsqueda llega a militantes que participaron de la lucha armada en los 70, logrando un conmovedor y dinámico relato que cobra peso literario en las descripciones de climas, gestos y expresiones de los entrevistados.
Periodista, cineasta y escritor, Krapp dialogó con Télam acerca del libro, editado por Tusquets, a raíz del cual llegó hasta un pueblo inhóspito de sur de Mendoza, a la ciudad misionera de Oberá y a localidades del conurbano bonaerense.
- Télam:¿Como surgió la idea de iniciar esta investigación en relación a los japoneses en la Argentina, qué esperaba encontrar?
- Fernando Krapp: Hacía tiempo que en mi cabeza venía rondando la idea de hacer algo con una familia japonesa de zona sur. Pensé en una novela, después una serie, un guión de cine, un documental y nada de eso prosperó hasta que Leila Guerriero me propuso hacer un libro de crónicas. Cuando uno escribe esta clase de libros va a tientas, confía en su intuición, se equivoca, descubre detalles que a cualquiera le parecerían irrelevantes pero que para uno son el eje central de una historia. En el fondo, lo que buscaba era encontrarme con gente que tuviera una historia potente para ser puesta en un libro. Y ahí, la definición de "potente" pasa por la sensibilidad de cada uno.
- T: Si bien en un primer momento algunos se manifestaban reacios a las entrevistas, luego fueron muy amables y hasta le dieron obsequios, ¿qué evaluación hace de esa conducta?
- F.K.: Se cree desde una perspectiva occidental y prejuiciosa que los japoneses son cerrados, por su historia, por su lengua, por cualquier motivo. Una de las primeros prejuicios que intenté borrar fue justamente ese. Se trata de personas a las cuales uno pide acceso a su intimidad para llegar al secreto de su historia familiar. Es común que en principio cualquier persona se muestre reacia. También me encontré con gente con ganas de hablar de sus padres, de su familia, de sus conflictos internos.
- T: ¿En qué medida se parecen los japoneses a los argentinos en cuanto a la mirada nostálgica o experiencias de matrimonios convenidos, en el pasado?
- F.K.: El libro plantea a la colectividad como una parte más de la identidad argentina. Los japoneses en la Argentina a lo largo de un siglo de historia fueron hibridándose con la cultura dominante occidental y encontraron en esas mixturas una cultura distinta, que en el fondo no deja de ser una mezcla típicamente argentina. Esa mirada nostálgica tiene que ver con cierta idea bien argentina, también. Pero al mismo tiempo hay algo de reformulación de los códigos heredados que se ponen en práctica en una cultura o una lugar nuevo. Me parece que la diáspora japonesa está inserta en el corazón de nuestra cultura y forma parte de la columna central de nuestra identidad como país.
- T: ¿Cómo llegó a los japoneses que militaron en grupos armados durante los 70 y tienen compatriotas desaparecidos?
- F.K.: A Susana Tamashiro la conocí en la Asociación Japonesa Argentina. Ella trabaja como secretaria de la asociación, a la que decidió volver después de varios años. Me contó de su militancia y del caso de los 17 desaparecidos nikkei, y mencionó el libro de Andrés Asato, que cuando lo entrevisté me dijo que la generación del setenta era la primera que se consideraba a sí misma como argentina y no como sus padres japoneses, porque en cierto modo habían decidido pelear por un país distinto. Me parecía una historia potente, no solo por el tiempo que tardó en ser reconocida, sino por esta idea de lucha asociada a una identidad que se asume.
- T: ¿Considera que la Argentina fue para los entrevistados una tierra de progreso?
- F.K: Uno nunca sabe qué espera un inmigrante de la tierra que adopta. Hay algo de inconsciencia en irse hasta el otro lado del mundo. El caso de la segunda oleada de japoneses fue distinta porque fueron víctimas de la Segunda Guerra mundial y la migración forzada arrastra otros síntomas. El trauma de las guerras que no ocurrieron en nuestro país, creo, está muy presente en nuestra herencia cultural como un fantasma que tenemos y que sintomáticamente regresa en nuestra vida cotidiana. Muchos encontraron acá un poco de paz para aliviar el dolor. Hay algo curioso y es que los tintoreros emigrados que entrevisté se consideraban a sí mismo japoneses, mientras los floricultores se pensaban como argentinos y japoneses al mismo tiempo. Quizás la relación con la tierra tenga un significado distinto a diferencia de quienes se vieron obligados a trabajar en comercios. (Télam)
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