La Noche de los Lapices: militancia estudiantil, memoria y actualidad
Por Mariano Millan, Dr. en Ciencias Sociales , profesor de la Carrera de Sociologia de la UBA e Investigador del Conicet en el Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, FFyL-Conicet.
La Noche de los Lápices fue un documento secreto de la Policía Bonaerense donde se planeaba identificar y secuestrar a dirigentes estudiantiles secundarios para eliminar supuestos "semilleros de la subversión". También es el nombre que le dimos al secuestro y tortura de diez estudiantes en La Plata el 16 de septiembre de 1976. De esas personas, Claudio de Acha, María Clara Ciocchinie, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner, Daniel A. Racero y Horacio Ungaro permanecen desaparecidos, mientras Gustavo Calotti, Pablo Díaz, Patricia Miranda y Emilce Moler afortunadamente sobrevivieron. Es uno de los eventos paradigmáticos del terrorismo de Estado en Argentina y se han construido infinidad de materiales gráficos y audiovisuales sobre lo ocurrido y sus rememoraciones.
Estos ataques se cuentan entre los más sangrientos contra el movimiento estudiantil en nuestro país y se comprenden insertos en la iniciativa de largo plazo de nuestras clases dominantes por desterrar el activismo de la educación. Argentina era (probablemente sigue siendo), uno de los países con instituciones académicas más plebeyas, con tradiciones de participación estudiantil que se remontan al Reformismo universitario desde 1918 y un prolongado ciclo de radicalización desde Laica o Libre en la segunda mitad de los '50, hasta la infame Misión Ivanissevich, iniciada en 1974.
A su vez, estas acciones se inscribían en coordenadas espaciales y temporales más acotadas. La Plata era la ciudad argentina con mayor peso demográfico del alumnado y, como explicó Nayla Pis Diez (https://ediciones.ungs.edu.ar/libro/el-movimiento-estudiantil-de-la-plata-en-los-tempranos-sesenta-1955-1966/) desde los '50 sus corrientes vivieron una verdadera Guerra Fría. La represión fue mutando de un enfoque frontal, reactivo y difuso en años de Onganía hacia prácticas clandestinas, por fuera de enfrentamientos, selectivas, orientadas a la captura de militantes en contextos de indefensión y soledad. Estas modalidades suponían el empleo de agentes estatales y para-estatales y el uso intensivo de la inteligencia. Vario/as de la/os capturada/os fueron fichados durante las protestas por el boleto secundario en 1975, y reactivaron su seguimiento luego de los incrementos en los pasajes en agosto de 1976, medida que algunos sobrevivientes atribuyen a la intención de propiciar protestas para aniquilar líderes estudiantiles. En aquel espionaje también participaron celadores de la CNU, otra de las continuidades entre la represión previa y posterior al 24 de marzo.
Desde los '80 varias generaciones militantes hicieron sus primeras pancartas, reuniones, actos y manifestaciones para sucesivos 16 de septiembre. La Noche de los Lápices ocupa un lugar central en un abigarrado lazo entre memoria y militancia de las últimas décadas, que privilegió el recuerdo de los crímenes de la dictadura y caracterizó a los desaparecidos fundamentalmente como víctimas. En Melancolía de izquierda Enzo Traverso planteaba que no podíamos idear un nuevo proyecto de transformación radical hasta que nuestras víctimas también fueran plenamente consideradas como militantes revolucionarias/os.
En el escenario actual, de consolidación de una corriente de opinión de ultraderecha negacionista entre la juventud, las palabras de Traverso parecen un lujo, pero son una necesidad básica. La Noche de los Lápices y el fenómeno Milei, encarnación de una tendencia global, nos muestran una porosidad imposible de sellar en las fronteras entre democracia y autoritarismo-dictadura. A su vez, las fuerzas combativas, un poco mermadas, siguen en los colegios y universidades, contándose acciones colectivas para desactivar volanteadas libertarias. Por eso, es razonable girar el periscopio desde la concesión parcial y el solapamiento de las identidades revolucionarias del pasado para apuntalar una democracia cada vez más desigual y represiva, hacia las ideas de corrientes radicales que piensan e intentan construir otra Argentina y otro mundo, sin pobres, pero también sin ricos.
(Télam)
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