El defensor Emanuel Mammana aseguró que en su último paso por River le inventaron lesiones porque no querían que jugara, a pesar de que el ex Zenit estaba en condiciones físicas de jugar con la camiseta del Millonario.
(Por Walter Vargas).- A despecho de la mala campaña de Rosario Central en su último partido en la vigente Copa Liga Profesional, la jornada de ayer ofreció el sabor de los grandes acontecimientos, los inolvidables, habida cuenta de la multitud congregada para despedir a Marco Ruben, máximo goleador del club en la era profesional.
Hubo fiesta completa, pues, en un Gigante de Arroyito cuyas entradas populares se habían agotado 48 horas antes de un compromiso en apariencia protocolar, Central ofreció una victoria convincente y el ídolo agasajado se hizo presente en el tanteador.
Central debía medirse con un Estudiantes juvenil, ya clasificado a los cuartos de final y en cierta medida desinteresado del resultado, pero la familia “Canaya” (Roberto Fontanarrosa dixit) asumió la cita tal si fuera un clásico con NewellÂ’s o se jugara algo trascendente en la tabla de posiciones.
Una hinchada fiel correspondió a un jugador de profunda identificación con los colores y una cosecha que ya consta en el bronce.
Ni 70, ni 80, ni 90, 105 goles hizo el blondo Ruben en Central en la era rentada, una marca capaz de situarlo por delante de Waldino Aguirre, del mismísimo Mario Alberto Kempes, del Patón Bauza, el Gitano Suárez, Juan Antonio Pizzi, Rubén Bravo, Benjamín Santos y Aldo Pedro Poy, el de la legendaria palomita a Newell´s en el Monumental.
(La era amateur, por cierto, es otra cosa: hay reinará por siempre Harry Hayes, El Maestro, hijo de británicos carboneros que llegó a la friolera de 198 conversiones documentadas).
En realidad, la hegemonía de Aguirre tenía toda la cara de inamovible, puesto que tanto Kempes cuanto Pizzi emigraron rápido al fútbol de España y, de hecho, tras su debut en 2004 y pronto despegue, el propio Ruben fue transferido a River, después jugó siete temporadas en Europa e incluso al cabo de su primer regreso volvió a partir para Atlético Paranaense de Brasil y hasta se dio el lujo de tomarse un año para descansar y meditar sobre su futuro.
En River careció de continuidad, en el Villarreal filial destacó, en el Villarreal a secas su cometido fue aceptable y en Paranaense dio la talla y fue parte de tres equipos campeones, en Recreativo de Huelva, Dinamo de Kiev, Evian de Francia y en Tigres de Monterrey no le fue bien.
Vaya a saberse por qué, por cuestiones multicausales, por azar o por destino, Rosario, Arroyito, El Gigante, han sido y son el lugar en el mundo del hoy exfutbolista nacido en Capitán Bermúdez hacia finales de octubre de 1986 y criado en Fray Luis Beltrán.
Goleador-jugador, implacable en el área y muy competente en las gestiones asociativas, espléndido cabeceador, baqueano del anticipo atropellador y sin dificultades de perfiles, Marco Ruben ha sido un 9 con todo en su lugar, de los que no abundan en el verde rectángulo de 105 por 70 y tampoco en su humilde vertiente de cultor del perfil bajo.
Lo extrañará Rosario Central, lo extrañarán los futboleros argentinos sin distinción de camisetas, pero unos y otros sabremos acompañarlo en su flamante declaración de principios: “Necesito vivir y disfrutar de otras cosas de la vida”. (Télam)
Hubo fiesta completa, pues, en un Gigante de Arroyito cuyas entradas populares se habían agotado 48 horas antes de un compromiso en apariencia protocolar, Central ofreció una victoria convincente y el ídolo agasajado se hizo presente en el tanteador.
Central debía medirse con un Estudiantes juvenil, ya clasificado a los cuartos de final y en cierta medida desinteresado del resultado, pero la familia “Canaya” (Roberto Fontanarrosa dixit) asumió la cita tal si fuera un clásico con NewellÂ’s o se jugara algo trascendente en la tabla de posiciones.
Una hinchada fiel correspondió a un jugador de profunda identificación con los colores y una cosecha que ya consta en el bronce.
Ni 70, ni 80, ni 90, 105 goles hizo el blondo Ruben en Central en la era rentada, una marca capaz de situarlo por delante de Waldino Aguirre, del mismísimo Mario Alberto Kempes, del Patón Bauza, el Gitano Suárez, Juan Antonio Pizzi, Rubén Bravo, Benjamín Santos y Aldo Pedro Poy, el de la legendaria palomita a Newell´s en el Monumental.
(La era amateur, por cierto, es otra cosa: hay reinará por siempre Harry Hayes, El Maestro, hijo de británicos carboneros que llegó a la friolera de 198 conversiones documentadas).
En realidad, la hegemonía de Aguirre tenía toda la cara de inamovible, puesto que tanto Kempes cuanto Pizzi emigraron rápido al fútbol de España y, de hecho, tras su debut en 2004 y pronto despegue, el propio Ruben fue transferido a River, después jugó siete temporadas en Europa e incluso al cabo de su primer regreso volvió a partir para Atlético Paranaense de Brasil y hasta se dio el lujo de tomarse un año para descansar y meditar sobre su futuro.
En River careció de continuidad, en el Villarreal filial destacó, en el Villarreal a secas su cometido fue aceptable y en Paranaense dio la talla y fue parte de tres equipos campeones, en Recreativo de Huelva, Dinamo de Kiev, Evian de Francia y en Tigres de Monterrey no le fue bien.
Vaya a saberse por qué, por cuestiones multicausales, por azar o por destino, Rosario, Arroyito, El Gigante, han sido y son el lugar en el mundo del hoy exfutbolista nacido en Capitán Bermúdez hacia finales de octubre de 1986 y criado en Fray Luis Beltrán.
Goleador-jugador, implacable en el área y muy competente en las gestiones asociativas, espléndido cabeceador, baqueano del anticipo atropellador y sin dificultades de perfiles, Marco Ruben ha sido un 9 con todo en su lugar, de los que no abundan en el verde rectángulo de 105 por 70 y tampoco en su humilde vertiente de cultor del perfil bajo.
Lo extrañará Rosario Central, lo extrañarán los futboleros argentinos sin distinción de camisetas, pero unos y otros sabremos acompañarlo en su flamante declaración de principios: “Necesito vivir y disfrutar de otras cosas de la vida”. (Télam)
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