
Flavio Lo Presti: Siempre me intereso pensar la literatura como un registro de la incomodidad
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D-Interés13 de septiembre de 2021 Agencia TélamParejas reincidentes frente a la evidencia de vínculos imposibles, hijos que buscan reconciliarse con sus padres pese a la incomunicación afectiva que los distancia, jóvenes atormentados por los logros ajenos, atraviesan los relatos que con el título de María, Elisa, Nadal o Kreplak, reúnen historias que se convierten en la obsesión del narrador.
Otros cuentos hacen pie en el ámbito de lo literario y la tensión se organiza alrededor de situaciones bizarras que se desencadenan en talleres de escritura, o de escritores que viven con la idea fija de alcanzar fama y reconocimiento, como ocurre en el último cuento del libro, cuyo protagonista, alter ego del propio Lo Presti, no para hasta dar con el escritor César Aira, en su Pringles natal.
Autor de las crónicas "Recuerdos de Córdoba" y "Yo escribo mucho peor", el escritor, que desde Córdoba se desempeña además como crítico literario y periodista, manifiesta a Télam que asume la literatura "como un registro de la incomodidad", una característica que derrama en esta nueva obra, editada por Obloshka.
- Télam: En el cuento "María" el narrador dice que ella "no estaba hecha para este mundo". A muchos de los personajes que pueblan el libro les cabe esa característica. En este sentido, ¿cómo concebís la literatura en vínculo con la realidad?
- Flavio Lo Presti: Siempre me interesó pensar la literatura como un registro de la incomodidad. Me gustan los libros y las películas y las series que tratan sobre gente que la pasa mal en todos lados, que está atenta a lo infinitamente complicada que puede volverse cualquier circunstancia, sin importar qué tan insignificante sea. Me dan gracia las penurias que a la gente normal (un colectivo imaginario, por otra parte) le resultan evitables, los mundos mentales en los que se enroscan los que no pueden lidiar con la vida. De hecho tuve que inventarme otros gustos como lector para que no sea lo único que me interese, para no leer para siempre "La conciencia de Zeno", -del italiano Italo Svevo- por nombrar un libro favorito sobre gente incómoda.
- T: En algunos cuentos abordás los vínculos de pareja. En "María" el vínculo no cuaja, no puede ser por diferencias sociales, entre otras cosas. ¿Qué te inspiró o motivó en la escritura de este cuento?
- F.L.P: Ese cuento empieza con dos escenas que me sucedieron realmente, esa en la que el protagonista está con María y su madre en la cama viendo a Dolina en la televisión, y la escena final, ese momento congelado en el que los personajes están atrapados por lo que parece su destino. Lo que me interesaba era explorar una idea que en el cuento está filtrada en un refrán: la de la determinación familiar, eso de que "el árbol no cae lejos del bosque". Me interesaba ver (o hacer ver) cómo dos personajes que tienen orígenes distintos tienen problemas parecidos a la hora de lidiar con su propia historia, mucho más que los problemas conyugales, enfocados en otros cuentos del libro como César, Nadal o Kreplak.
- T: Algunos personajes se sienten tan extraños, con problemas de autoestima, despreciables, a tal punto que uno de ellos no puede verse en un espejo, como una limitación extrema, y otros buscan verse en espejos ajenos. ¿Qué buscaste con esa metáfora?
- F.L.P: Me gustan los personajes que tienen problemas para salir a la calle, los personajes que tienen problemas con los demás en cada transacción obligatoria de la vida en común. No es que me gusten: formo parte de una secta de neurótiques (mis socios principales son mujeres) que disfruta con placer de coleccionistas con las manías propias y ajenas. El ejemplo clásico es "Seinfeld", que en la serie no puede tener una cita con una mujer porque come las arvejas una por una. En el libro esos problemas siempre terminan por remitirse al propio narrador, la culpa de la disonancia no está del todo afuera (hay un personaje del libro que va a un taller y escribe cuentos así, sobre un alter ego que tiene razón frente a una humanidad fatalmente equivocada). Ese desajuste lleva a los personajes a preguntarse si pueden sostener alguna relación. Es difícil que la autoestima no se lleve mal con la forma extrema de esa duda: ¿pertenezco al género humano? El narrador de Kreplak, por ejemplo, no está dispuesto a averiguar la respuesta a esa pregunta frente al testimonio inapelable del espejo, hasta que eso se vuelve una posibilidad sacrificial. En Martín pasa por otro lado. Me da la impresión de que ver en otros un espejo es un mecanismo muy propio de las historias de artistas. Todos nos hemos preguntado a qué edad escribió nuestro escritor favorito su primer gran libro, y todos hemos tenido también un término de comparación inmediato, vecinal.
Me gusta algo que dice Sandor Marai en "La mujer justa": "En la vida de todos los seres humanos hay un testigo al que conocemos desde jóvenes y que es más fuerte. Hacemos todo lo posible para esconder de la mirada de ese juez impasible lo deshonroso que albergamos en nuestro seno. Pero el testigo no se fía, sabe algo que nadie más sabe. Pueden nombrarnos ministros o concedernos el Premio Nobel, pero el testigo tan sólo nos mira y sonríe". Quise explorar esa idea en la mitad del libro titulada "Literatura", en Roberto, César, Tamara y Martín mismo.
- T: En otro de los cuentos se aborda la relación padre-hijo, ¿Hasta qué punto crees que se idealiza ese vínculo, que entraña tantas dificultades?
- F.L.P: Al margen de esa idealización posible (no puedo hablar en términos tan generales) siempre vi a la paternidad como una empresa fracasada de antemano. A diferencia de los personajes de los cuentos, no tengo hijos, nunca quise tenerlos: cuando era chico me podría haber afiliado sin problemas al movimiento por la extinción de la especie. Hoy le tengo más cariño, pero no el suficiente para engendrar, para dar ese salto condenado a no llegar a la otra orilla. Fui testigo de paternidades más virtuosas que la que me tocó padecer como hijo (mi padre es un pésimo padre, aunque probablemente es el mejor que podría haber tenido yo, además de que lo quiero mucho), y así y todo no puedo dejar de pensar que la pregunta pertinente, considerando los problemas que entraña el vínculo entre padre e hijo, y la pregunta pertinente, digo, es cómo podría no haber dificultades. De vez en cuando, hablando con algún conocido, se me escapa la idea de que la única manera de licuar esa densidad es una sociedad sin padres, sin familia, pero nunca nadie cree que esté hablando en serio.
- T: El humor es uno de los aspectos que aparece en distintos relatos, ¿cómo se juega ese recurso en tu obra?
- F.L.P: César Aira, convocado como personaje en el último de estos cuentos, dice que odia que los lectores le cuenten cómo se rieron con sus libros. Las razones son, por un lado, la "debilidad" del humor (si no da en el blanco es patético, si da en el blanco su efecto es efímero) y por otro su deseo de otro tipo de admiración, como la que él mismo tiene por Balzac. Lo dice en broma y en serio al mismo tiempo, con una indignación hilarante. A mí, en cambio, me gusta mucho que la gente se ría con lo que escribo. Fui muy tímido cuando era chico y en un momento descubrí que podía hacer reír con eso, con una vedette de esta conversación: la exhibición de la neurosis. Mi escritura encontró en eso su mejor truco, y aunque espero que a los lectores le pasen cosas más allá de la risa, si lo único que te pasó con el libro es que te reíste me doy por satisfecho. Es uno más de los materiales con los que trabajo, y en mi caso uno muy importante.
- T: A partir del argumento de ese cuento ¿qué retos implica la escritura en tu caso?
- F.L.P: El reto que implica para todo el que escriba con muchas ganas: agenciarme cantidades imposibles de tiempo libre para leer y escribir, negociar ese tiempo con los trabajos rentados, las amistades, las relaciones conyugales.
- T: ¿Qué influencia tiene la obra de Aira en tu escritura?
- F.L.P: Su primera lectura me produjo un entusiasmo inédito, y después empecé a sentir algo que dijo muy elocuentemente un poeta argentino: Aira nos cagó. Nos había prohibido cualquier registro realista con la promesa del paraíso de una libertad impracticable. A Aira no le interesaba la psicología de los personajes, las tramas, los finales, el estilo, la corrección, y era el escritor argentino que más me interesaba, porque era el que más se parecía al aire de los tiempos. Las novelas de Aira estaban escritas para el lector que yo era, pero le pegaban una cachetada a todo lo que había leído. Las señales de su obra crítica eran tan contradictorias que era imposible no sentirse desorientado. Por suerte en algún momento salí del laberinto, y este cuento narra ese proceso. De hecho lo soñé entero, me levanté y lo escribí de un tirón, lo que a su manera es al mismo tiempo un mínimo ajuste de cuentas y un homenaje.
(Télam)


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