Ángel Labruna y Osvaldo Zubeldia, dos burreros de ley

Ángel Labruna caminaba todos los dias desde su casa en la calle Lidoro Quinteros a la cancha de River; recorria esas tres cuadras y media con la revista Palermo Rosa, "la Biblia del Turf", en el bolsillo trasero de su pantalon porque los "burros",

Deportes07 de abril de 2019 Agencia Télam
Ángel Labruna caminaba todos los días desde su casa en la calle Lidoro Quinteros a la cancha de River; recorría esas tres cuadras y media con la revista Palermo Rosa, "la Biblia del Turf", en el bolsillo trasero de su pantalón porque los "burros", junto con el fútbol, eran su pasión.
La incorporó en los años 40 cuando jugó en aquella famosa "Máquina" de River que tenía hombres como Adollfo Pedernera y el "Charro" José Manuel Moreno. Los dos le metieron a Labruna la pasión por los caballos de carrera.
Como jugador fue un goleador implacable; como entrenador se destacó por su ojo para ver futbolistas y como aficionado al turf, un "burrero" leal que mantuvo la constancia hasta el día que se apagó su vida, el 20 de septiembre de 1983.
Roberto Talamonti fue su ayudante de campo en River Plate y también una suerte de secretario privado en otras cuestiones. Se tenían, ambos, un gran aprecio.
Había tardes que Labruna entraba al vestuario para cambiarse y llamaba a Talamonti con un guiño de ojo. "Vení, yo me encargo de la práctica mientras vos te vas a Palermo
y me jugás al 7 en la cuarta carrera y al 11 en la octava. ¿Estamos de acuerdo? Estos dos no pueden perder", le decía Angelito.
Talamonti, de manera inocente, le preguntaba: "Y si pierden, Ángel...", a lo que Labruna respondía: "Si pierden es porque yo soy un pelotudo que no se analizar carreras". Un burrero por donde se lo quisiera ver.
Roberto Perfumo solía contar en Radio Nacional que "Angelito llegaba al entrenamiento , se ponía a un costado de la cancha y, cada tanto, sacaba la Palermo Rosa del bolsillo y le pegaba una mirada".
"Después, cuando terminaba el entrenamiento, se iba a la confitería del club, se sentaba en una mesa del rincón y leía las tabuladas a más no poder. Yo me acercaba y le preguntaba si había algo para jugar. Y él me decía con cara de serio: 'Usted no tiene nada que ver con esto, vaya y trate de entrenar mucho porque el domingo hay que jugar bien y ganar. Era un crack", recordaba el Mariscal.
Pinino Más, aquel gran puntero izquierdo, era otro que lo solía cargar con el turf. "¿Y maestro, qué hay para el sábado'?". Labruna lo miraba y le decía: "Usted ocúpese de mandarla adentro porque si no nos van a echar a todos". Un técnico de profesión, un burrero de alma y vida.
El 1982 Osvaldo Zubeldía estaba radicado en Medellín, Colombia, donde dirigía al equipo Atlético Nacional. Había sido campeón del mundo con Estudiantes de La Plata y tenía sobre sus espaldas la fama del "antifútbol". Para algunos fue un adelantado, para otros un destructor del juego tradicional.
El 17 de enero de 1982 fue hasta el Pasaje de La Bastilla para jugar unos boletos a las patas de un caballo que le gustaba. Sacó los boletos, caminó unos pasos y sintió un fuerte dolor en el pecho. Un infarto terminó con su vida. Cuando varias personas trataron de ayudarlo en el suelo encontraron los boletos que había jugado. Murió en su ley.
Zubeldía fue el maestro de Carlos Bilardo, el hombre que trajo la táctica al fútbol argentino y el entrenador más polémico de los años 60, 70 y 80. Tenía 54 años cuando falleció en Medellín, la misma ciudad que vio morir a Carlos Gardel. Cosas del destino.
Sentía una enorme pasión por los caballos porque decía que el turf "tiene tabuladas, tiempos de reloj, ensayos y todo eso hay que estudiarlo si uno quiere sacar un ganador".
Zubeldía desplegaba su táctica para cada actividad: en el fútbol que revolucionó; en el turf que adoró y en la vida que lo inmortalizó. (Télam)
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